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De
entre las fiestas, es el día 2 de mayo cuando surge, de forma atronadora
y brillante, la gran pasión de los caravaqueños: la mañana
de los Caballos del Vino. Decenas de caballos, ricamente enjaezados, trotan
elegantes por las calles y callejuelas, abriendo círculos entre la
gente que se agolpa sin parar alrededor del animal, y lanzando carreras
en cuanto el espacio lo permite. Es un festejo pasional, con un grado muy
alto de emoción y competitividad, que tiene su momento álgido
durante la Carrera de los caballos del Vino, en la cuesta del castillo,
y en el momento de adjudicar los premios de enjaezamiento en la explanada
del santuario. La tradición histórica de la fiesta de los Caballos del Vino procede de un momento de la Edad Media en que la población estaba recluida en el castillo debido al sitio sostenido por los sarracenos. Fue entonces cuando varios caballeros cristianos, avisados por señales de auxilio desde el interior del recinto, decidieron irrumpir a la fortaleza atravesando las líneas de una sorprendida guardia. Lo hicieron usando veloces caballos a los que aparejaron con pellejos de vino -ya que las aguas estaban envenenadas-, y subiendo a toda velocidad, sin desengancharse del caballo, a modo de caballistas, consiguieron llegar al interior del recinto. La Vera Cruz fue bañada en aquel vino, que comenzó a curar heridas de forma milagrosa, así como a infundir un ánimo inusual a los caravaqueños sitiados, con el que consiguieron repeler el ataque morisco. |
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